Se ha ido
- Carla Messori
- 17 mar 2018
- 3 Min. de lectura
No puedo con este vacío, con este sentimiento lleno de culpa, soledad, ira, tristeza, dolor y la sensación de que todo en el mundo está mal y que jamás volverá a estar bien… no puedo dormir, ni comer, cada vez que cierro los ojos solo veo su carro en llamas a la orilla del camino, veo a los bomberos tratando de extinguir el fuego y a un policía que me retiene en sus brazos evitando que salga corriendo hacia el carro.
-¡Maldita sea!- siento las lágrimas rodar por mis mejillas, llevo una semana en el apartamento, no he salido ni al supermercado, una vez al día mi mamá o mi mejor amiga dejan comida en la puerta, ya se habían resignado al hecho de que les abriera la puerta, solo quiero estar sola, para hundirme en la miseria de mis recuerdos.
Todos mis recuerdos a su lado son felices… incluso los tristes o molestos luego de un tiempo llegaban a ser felices, extraño que hiciera el desayuno los domingos, que cuando yo me despertaba él ya había vuelto de correr, su manía de despeinarme, cosas que odiaba y hoy extraño y que su sonrisa me hacía sonreír… -estallo en llanto- solo con ese último pensamiento, la vida es una mierda… ¡primero eres feliz y luego te quita todo! ¡Como si fuera un puto castigo por haber sido tan feliz en este mundo de mierda!
Me arrastro por el piso en mi vestido de novia, ni ganas de caminar tengo, me dirijo al cuarto –inhalo con fuerza- Todavía huele a él, las sábanas conservan su olor, tomo su suéter favorito y lo pongo por encima del vestido, si, todavía tiene su olor, no puedo parar de llorar, me recuesto contra la cama, la puerta de closet está abierto veo su ropa ordenada por colores al lado de la mía; siempre se quejaba de que yo ocupaba demasiado espacio en el closet –Sofía tienes demasiada ropa, tengo menos de un cuarto de closet- y tenía un pequeño ataque de nervios cada vez que llegaba de compras, siempre me justificaba con –Nunca es demasiada ropa para una mujer- lo besaba y decía que le iba a hacer de cenar lo que él quisiera, a lo que siempre se quejaba al principio para luego acceder –Está bien pero cuando vuelvas mañana habré donado parte de la ropa que no usas a la caridad- me rio un poco a recordar como rodaba los ojos cada vez que me decía eso.
Tocan el timbre del apartamento un par de veces, debe ser mi mamá dejándome comida… espero unos 30 minutos para asegurarme de que se ha ido, me cercioro viendo por la mirilla y no hay nadie abro la puerta y hay una caja rosada que es de mi pastelería favorita, tomo la caja rápidamente y cierro la puerta, abro la caja y me encuentro con una sorpresa que derrite mi corazón y me hace volver a llorar, la caja está dividida en dos, la mitad tiene pastelillos de mis sabores favoritos y la otra mitad tiene galletas, tal cual como las traía Eric, ya que él decía que un hombre de verdad era un hombre de galletas, en la caja hay un tarjeta “Sé que Eric te las traía cuando estabas triste, tal vez esto es un poquito de él que te puedo dar” Att: Lucia.
-No quiero un poquito, quiero y necesito muchísimo de él- me digo comiéndome un pastelillo de chocolate, no sabía que tenía tanta hambre, me lo como en dos bocados, luego tomo una galleta de chispas de chocolate blanco que eran sus favoritas, luego más galletas y más pastelillos, me termino la caja como en 20 minutos.
Fuerzo a mi triste humanidad hasta llegar a la sala, me siento en el sofá, tomo un cojín y cierro los ojos mientras caen más lágrimas por mis mejillas, -¡maldita sea!- se ha ido, mi Eric, mi esposo y mi mejor amigo se ha ido y este dolor que tengo en el pecho no va a desaparecer nunca.

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